martes, 6 de agosto de 2013

Los efectos de las filtraciones en las estaciones del subte B recientemente inauguradas por Macri, a la vista. Apertura electoralista mas importante que la calidad de vida


Agua filtrándose entre las paredes a pocos centímetros de donde corre el tercer riel, de más de 600 voltios. Estalactitas de salitre que cuelgan del techo de los túneles y de cajas electrificadas. Cámaras subterráneas con cables sellados de alta tensión inundadas. Fosas para mecánicos llenas de agua.
Ésas fueron algunas de las irregularidades detectadas en un recorrido exclusivo de periodistas del diario LA NACION por los túneles de la línea B de subte, entre Los Incas y Rosas. A ese tramo aún no llegan las formaciones por la retención de actividades de los metrodelegados, quienes alegan que esas filtraciones ponen en riesgo su seguridad y la de los usuarios.
"Las estaciones se inauguraron en perfectas condiciones, no hay ningún problema de seguridad. Nunca se nos ocurriría inaugurarlas si tuvieran problemas, sería una locura", razonó Juan Pablo Piccardo, titular de Subterráneos de Buenos Aires (Sbase) ante la consulta de ese medio. Sin embargo, la realidad muestra otra cara.
En los túneles, entre cientos de tarros de pintura en aerosol y la grava de los rieles, el andar se oscurecía hasta quedar en penumbras. Bastaron pocos metros de caminata para detectar las primeras formas extrañas: extensas líneas irregulares sobre las paredes de los túneles por donde rebasaban placas de un material blanco grisáceo y con un aspecto rocoso que al rasparlo se volvía arenilla.
Las líneas amorfas que bajaban hasta el piso se mezclaban con gruesos trazos amarillentos que brotaban de brocas clavadas en la paredes entre Incas y Echeverría. Alrededor de las puntas de metal ahuecado chorreaban restos de poliuretano expandido, colocados allí para frenar la filtración de agua. "Es un parche. La humedad y el salitre gastan el hormigón", explicó Alejandro, especialista en Seguridad e Higiene de Metrovías.
En el punto de referencia 2425 la pared estaba húmeda y con mucho salitre. Incluso había formaciones de estalactitas en el techo. Algo similar ocurría en el punto de referencia 3050, donde el goteo era permanente y provocaba la acumulación de agua cerca del tercer riel, por donde corría la energía eléctrica que se les proveía a las formaciones. En todo el recorrido, ese riel se ubicaba al lado de un sendero por donde caminaban los operarios entre las estaciones. Estaba envuelto en una protección de plástico.
La caminata por las vías se volvió colorida al visualizar, desde el túnel, los andenes de las nuevas estaciones. Al atravesar Echeverría, una gran grieta blanca le abrió la puerta a la oscuridad. Allí corría agua que antes de llegar a los desagües se escurría por entre las vías.
La comunicación entre las formaciones y las bases era otro punto del conflicto que tiene parado el subte en estas estaciones, pero ya parece resuelto. Al final de cada andén y en la mitad del trayecto entre estaciones, hay teléfonos fijados a la pared para que el maquinista pueda alcanzarlo sin bajarse del tren. Si falla ese sistema, cada motorman posee teléfonos celulares y señal bajo tierra.
Pero la peligrosa combinación entre agua y electricidad apareció en varios sectores hasta llegar a Rosas. En las cocheras, tras la estación terminal, LA NACION detectó una cámara subterránea con sus cables electrificados, aunque sellados, bajo agua. Más atrás, en los talleres, había dos fosas con, al menos, 20 centímetros de agua en el interior. Allí deberían trabajar los mecánicos en las formaciones que salen de servicio.

Fuente: La Nación


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