Bajo un contexto de casas humildes y calles angostas, muy distinto al glamour que se puede apreciar en cualquier club de tenis, los chicos de la Villa 31 comenzaron hace un año a relacionarse con redes y raquetas. Sabatini donó los materiales para el proyecto.
Vivir en la Villa 31 y poder jugar al tenis no es la trama de un cuento surrealista, sino el rito más esperado de unos cuarenta chicos que cada sábado desean ansiosos la llegada de un grupo de profesores que los sumerge en el mundo de las redes, raquetas y pelotitas, para distraerlos por un rato de su difícil realidad y transmitirles la alegría del deporte.
“Todo comenzó hace un año aproximadamente. Un profesor amigo me contó que había empezado a trabajar enla Villa31 y me surgió la idea de ir a dar clases de tenis”, comenzó su relato Alberto Osete, uno de los profesores y quien fuera el preparador físico de la tenista Gabriela Sabatini, ex número tres del mundo.
Precisamente Sabatini fue la encargada de hacer el aporte económico para poder comprar tres mini redes y 35 raquetas, al tiempo que Osete comenzó a recolectar pelotitas en todos los clubes amigos.
Dentro de la Villa, Osete se contactó con Sonia, la manzanera que se encarga de la zona donde se desarrollan las clases de tenis y fuera de ella comenzó a hacer circular su proyecto para sumar profesores de tenis.
Así llegó a Fernando Rilo, director de tenis del club Vélez Sarsfield, quien inmediatamente se sumó al plan solidario junto a los profesores Claudio Carnota y Alejandro Ansaldi.
“El trato en la villa siempre fue increíble. Sonia es la intermediaria entre nosotros y la gente que quiere participar y desde un primer momento tuvimos muchos chicos con ganas de aprender”, indicó Osete, durante la charla, en la cual se encargó de remarcar el enorme respeto y voluntad de los pequeños.
“Ver a los chicos cuando agarran la raquetita y esperan que uno les tire la pelota, no tiene comparación con nada que uno haya vivido”, agregó Osete.
El mismo concepto transmitió Rilo, quien expresó que “es muy difícil poner en palabras lo que se siente cuando uno va a dar clases en la villa. El nivel de respeto y cariño de estos chicos no lo experimenté en ningún lado en mis 25 años de profesión”.
Las clases tienen lugar los sábados de10 a11 en el predio que ocupan dos canchitas de baby fútbol, en el medio de la villa, ubicada en el barrio porteño de Retiro.
Hasta allí se acercan alrededor de 40 chicos, de entre 4 y 11 años para aprender los secretos del tenis y evadirse por un rato de las carencias de su vida cotidiana.
Están los más chiquitos, que rondan los 4 y 5 años y se entretienen con los conitos que deben esquivar con las pelotitas y aquellos más grandes que se esfuerzan por aprender rápidamente y conseguir el mejor impacto.
Mientras ellos juegan, muchos otros se asoman por las ventanas de las casas multicolores que rodean a la canchita y le dan un marco pintoresco al improvisado espacio tenístico.
“Yo sabía lo que era el tenis, pero nunca había tenido una raqueta en mis manos. Siempre deseo que los sábados no llueva para poder venir a jugar”, lcontó Brian, de 11 años.
Brian, al igual que los otros chicos, corre detrás de la pelota con los ojos abiertos y la sonrisa fresca. La misma sonrisa que cada uno de los profesores se lleva cada sábado en su corazón.
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