La ‘secta satánica’ que una y mil veces denunció desde la tribuna mediática monopólica obtuvo ayer más de 10 millones de votos y se convirtió en la mayoría política del país. En elecciones limpias, sin proscripciones, con la más igualitaria campaña proselitista en radio y TV.
Con la avalancha de votos que recibió Cristina quedó en claro que todos los que daban por agotada la experiencia kirchnerista en los últimos años hablaban, en realidad, de su propio agotamiento. Los profetas del fin de ciclo recogieron ayer en las urnas un cachetazo que los redujo a negadores maniáticos de la realidad.
La “secta satánica” que una y mil veces denunció desde la tribuna mediática monopólica obtuvo ayer más de 10 millones de votos y se convirtió en la mayoría política del país. En elecciones limpias, sin proscripciones, con la más igualitaria campaña proselitista en radio y TV de la que se tenga memoria, esta vez garantizada por las leyes del Estado democrático, la presidenta a la que quisieron jubilar por anticipado fue reelecta con casi el 54% del electorado, casi diez puntos porcentuales más que en la elección de 2007. Además, en un caso único en la historia nacional –sólo comparable en magnitud, significado e implicancias con el tercer triunfo de Juan Domingo Perón en el ’73–, Cristina aventajó a su segundo, Hermes Binner, por una diferencia similar a la que el viejo general le sacó a Ricardo Balbín hace 28 años.
El kirchnerismo inicia su tercer mandato revalidado en elecciones insospechadas, con un resultado contundente, después de las sucesivas crisis que piloteó con algo más que audacia, desoyendo todos los consejos de manual que decían que ningún gobierno podía resistir más de tres tapas adversas de Clarín: Cristina aguantó más de 400.
Suturando con inteligencia las heridas producidas por el embate destituyente agromediático en 2008, que se tradujo en la resignación de las mayorías parlamentarias, la traición a lo Judas de Julio Cobos y la derrota electoral de 2009, cuando alcanzó su mínimo piso electoral, el espacio político fundado por Néstor y Cristina Kirchner pudo hacer votar la Ley de Medios, la reestatización de Aerolíneas Argentinas, el matrimonio igualitario, la recuperación de las AFJP y el doble aumento anual jubilatorio, entre otras iniciativas de indudable consenso social.
Así y todo, hace dos años, el kirchnerismo era, para Joaquín Morales Solá y Eduardo van der Kooy, por citar a los analistas de los dos principales diarios del país, una zona casi muerta de la política. Cualquier conjetura o definición en sus columnas comenzaba por darles la razón a los que en las elecciones de ayer salieron segundos, terceros, cuartos y quintos, a más de 40 puntos de Cristina, todos. Hace dos años, en abril de 2009, Mariano Grondona reía con Biolcati en televisión para ver quién sucedería en lo inmediato a Cristina. Daban por hecho que sería el vice radical del no positivo: el mendocino no fue ni candidato.
Esto decía el “periodismo militante”, claro que de signo contrario al oficialismo:
–El 24 de abril de 2011, Morales Solá escribió, en una nota de La Nación que llevó por título “¿El final del modelo kirchnerista?”: “Es hora de preguntarse, incluso, si ese modelo no está agotado o si no se está aproximando peligrosamente al fin de cualquier circunstancia humana. Puede ser que Cristina Kirchner esté mejor que nunca en las encuestas (es lo que dicen todas las mediciones de opinión pública que se conocen), pero su gobierno está dejando atrás muchas de las políticas instauradas durante la administración de su marido. ¿Cambio deliberado de política? ¿O sólo la necesidad imperativa de explorar otros caminos antes de aceptar un fracaso?”
–El 12 de junio pasado, Van Der Kooy dejó asentado, en una nota de Clarín titulada “Un temblor bajo los pies de Cristina”: “El sistema político y de poder kirchnerista deja escapar síntomas claros de agotamiento. De final de ciclo. Los mismos que se advertían en los últimos momentos de Kirchner. Dos cuestiones lograron enmascararlo: la súbita muerte del ex presidente que empinó en imagen y popularidad a Cristina; la economía que, a todo vapor y con riesgos, empuja el consumo. Esa ecuación mutó el escenario político y electoral.”
–El 27 de abril de 2008, Mariano Grondona postuló desde La Nación, bajo el título “El tramo final del modelo kirchnerista”: “Si entendemos por modelo kirchnerista la concentración absoluta del poder económico y político en manos de Néstor Kirchner, hay razones de peso para creer que ha entrado en su tramo final. No sabemos todavía cuándo ni cómo se va a acabar, pero al menos sabemos dos cosas: que nunca fue sustentable en el largo plazo y que la percepción de su no sustentabilidad ya no pertenece sólo a algunos observadores informados sino a la sociedad en general.”
–El 30 de junio de 2009, el diario El Mundo, de España, que habitualmente colecta lo que dicen Clarín y La Nación, publicó un editorial, “Empieza el fin de la era K en Argentina”: “Su feroz enfrentamiento con el campo, su estilo absolutista de gobierno y su pésima gestión de la crisis económica han pasado factura al otrora invencible matrimonio. No está claro quién se convertirá en presidente dentro de dos años, pero la K ha desaparecido de las quinielas.”
Muchos cayeron en la misma fantasía, sepultada ahora por millones de votos. Hasta el lúcido Jorge Asís, que tituló su libro, salido a la calle en febrero de 2011, Kirchnerismo Póstumo, el epílogo de la revolución imaginaria. En rigor a la verdad, hay que reconocer que el autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes últimamente vaticinaba una victoria cristinista. Pero los líderes opositores, ni siquiera eso. Vaya un resumen:
–El 12 de junio de 2010, Eduardo Duhalde, exultante, dijo: “Vamos a ganarle por abandono o por knock out el año próximo.”
–El 20 de agosto del mismo año, Mario Das Neves, su candidato a vice, declaró: “En el 2011, el kirchnerismo llega a su fin (…) Más del 70% va a votar por un cambio.”
–El 4 de diciembre de 2010, Mauricio Macri, que luego terminó bajándose de la pelea, sentenció: “La gente está saturada de esta situación y ya dio por terminado el ciclo kirchnerista.”
–El 4 de septiembre de 2009, Elisa Carrió, haciendo casi de cronista, decía: “¿Qué dice la gente en la calle? La gente en la calle dice ‘que se vaya’, la gente en la calle dice ‘los quiero matar’, la gente en la calle dice ‘a ver si los derrumban’.”
El diputado Francisco de Narváez, tras derrotar a Néstor Kirchner en Buenos Aires, se paseaba por los canales hablando como si ya fuera el presidente de la Nación. Y hasta Ricardo Alfonsín, como devoto ad hoc de la Escuela San Basilio, suponía que el legítimo afecto que cosechó su padre en la hora final le transfería algún caudal electoral que le permitía soñar con el sillón de Rivadavia. Vivieron de la irrealidad que les había montado Clarín: hicieron un verdadero papelón. Para la historia. De Narváez no pudo ganarle a Daniel Scioli, que lo mandó a competir con Margarita Stolbizer. A Alfonsín se lo tragó un cataclismo y terminó licuando, incluso, su identidad radical, haciendo stand up en los spots, con la asesoría del publicista de Fernando de la Rúa, rechazado hasta por su fallido socio De Narváez. A Duhalde le fallaron las encuestas de las que es adicto. El de Carrió es un caso de desacumulación en tiempo récord: había salido segunda de Cristina, a poco más de 20 puntos, en 2007. Ayer estuvo por debajo de Jorge Altamira.
La medida del fracaso opositor es que se enfrentaron a una mujer viuda, que lidió casi en soledad en su mandato con una crisis mundial sin precedentes. Una viuda, para más datos, que hasta no hace mucho despertaba urticaria en las clases medias urbanas y hasta abierto rechazo en las zonas rurales. Modelo, además, de lo que no había que hacer según el catálogo de los medios hegemónicos, y sin embargo, no pudieron evitar que les diera una paliza. Más que una enseñanza, de lo ocurrido deberían extraer al menos dos certezas: la primera, que Héctor Magnetto ya no decide las cosas en la Argentina, porque se acabó una época; y segunda, que si no quieren desaparecer de la faz política deben tomarse en serio la agenda de cambios que propone el kirchnerismo, porque la sociedad argentina la apoya masivamente. Si no registran nada de todo esto, quizá haya sido esta la última elección en la que incursionaron con alguna expectativa.
Hermes Binner, en cambio, con su estilo apocado, no sólo salvó las ropas, sino que se recibió de jugador en la nueva etapa, a la que llega con el antecedente de haber coincidido en leyes clave con el kirchnerismo, sin resignar jamás su perfil opositor. No es bueno ni malo el socialista: es bastante serio, lo cual es decir mucho ante un panorama antikirchnerista tan desquiciado y en desbandada. Su problema es cierta disociación entre enunciado y práctica que lo presenta a veces corriendo por izquierda al gobierno en alianza con la centroderecha. Su tacticismo puede que lo lleve a creer que el FAP es la ambulancia no tanto de los desencantados del modelo por sus insuficiencias sino de aquellos que lo enfrentaron con saña justamente por sus planteos progresistas que, en teoría, Binner también respalda. El santafesino debería cuidarse de no contagiarse del “Síndrome de la Coalición Cívica”, el agrupamiento de fuerzas de centroizquierda que derivó en un armado inverso conducido por Carrió a la banquina.
A Macri, hay que admitirlo, lo protegió el olfato pragmático de Durán Barba. El jefe del PRO se declaró perdedor antes de perder, algo que no lo convierte en ganador ni nada que se le parezca, pero al menos lo dejó intacto para las batallas futuras, donde es un evidente contendiente ideológico del kirchnerismo. Aunque sin estructura nacional propia, es un referente para la derecha clásica y el sector conservador del peronismo.
A partir de mañana, buena parte de la política local comienza a discutir el año 2015.
Parece apresurado. Pero zanjar los debates del hoy pensando en lo que va suceder dentro de miles de días es un deporte argentino que cuenta con tantos fanáticos como el fútbol. No es, sin embargo, objeto de esta columna incursionar en aguas brumosas y lejanas.
La única noticia de hoy es que Cristina Kirchner ganó. Con una holgura impresionante. La militante que se convirtió en presidenta se recibió de estadista, definitivamente.
Millones de argentinos lo decidieron en las urnas.
De corazón
Si se me permite, en este recuadro quiero abandonar el tono analítico de la Editorial. A veces, me gusta resignar la frialdad periodística para sumergirme en la historia, cuando esta me roza con la yema de sus dedos. Hace rato que descubrí que nuestro país y nosotros mismos somos mejores, mucho mejores de lo que dicen Clarín y La Nación. En este momento de inmensa alegría popular, después de una jornada democrática ejemplar, quiero recordar a todos los que hicieron posible este sueño colectivo. A los pañuelos de Madres y Abuelas, a la CGT que no se rindió, a los setentistas que honraron a su muertos, a los que nunca bajaron los brazos.
Como parte de una generación diezmada por el cinismo y el egoísmo de los ’90, que sólo volvió a creer en la política gracias a Néstor y Cristina Kirchner, me embarga una rara felicidad, como la que se apodera de cualquiera de nosotros cuando algo que deseábamos mucho, finalmente, se concreta. La Argentina vive una encrucijada excepcional: hay un proyecto nacional inclusivo que se puede resumir en la consigna “patria para todos o para nadie”. Las ideas que rumiábamos en la resistencia hoy son gobierno, respaldadas por el voto popular. Inimaginable.
Yo sé que mis hijos tienen la oportunidad, ahora, de vivir en un país mejor, como el que yo no viví mientras tomábamos empresas para evitar despidos y andábamos de marcha en marcha de la bronca para rebelarnos a lo que parecía inmutable. A ellos, que aprendieron a tocar el bombo en cada huelga cuando eran gurrumines, yo quería dejarles algo parecido a esto que vivimos. Les queda mejorarlo.
Hace un año, estábamos en la Plaza de Mayo llorando la muerte del líder que bajó el cuadro de Videla del Colegio Militar.
Hoy millones de argentinos festejamos una victoria histórica.
Ahora tienen un diario donde verse reflejados.
Gracias por la esperanza devuelta.
De corazón.
Por Roberto Caballero
Director Tiempo Argentino.
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