Los hechos indicaban que no era buena idea designar al Fino Palacios. Pero tan insistentes como el batallar de los familiares de las víctimas de la AMIA, los dichos del jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma ratificaron el empecinamiento. Y sus dichos sostuvieron que se trataba del mejor policía, del más premiado.
Los hechos señalaban que no era cosa menor la presencia de Ciro James en el Ministerio de Educación porteño: que se empezaba a encontrar el dibujo de una trama más digna de una ficción que de la realidad.
Y en este caso, los hechos demostraron que el espía con un nombre más digno de una novela de Sir Arthur Conan Doyle, padre de Sherlock Holmes, transitaba con impunidad por ese ministerio.
Tampoco entonces hubo forma de que el hijo de Franco Macri reconociera, con los hechos a la vista, que había otra cosa que una disparatada conspiración urdida por algún opositor nervioso o crispado.
Pero hechos posteriores demostraron que el Fino conocía a Ciro James: el propio Palacios lo dijo sin empacho alguno. Sólo le faltó agregar: “Sí, hacíamos juntos las escuchas ¿y qué?”. Pero el jefe de Gobierno parece que no se enteró, porque en sus dichos siguió afirmando que se trataba de una trampa urdida para frenar sus aspiraciones presidenciales.
Y llegó la instancia judicial. Entonces, el juez fue el destinatario de todos los ataques. Macri, en una curiosa inversión de roles, parecía asistir a las audiencias, según sus dichos, para interrogar al juez sobre los hechos. La desautorización sumó testigos, embarró la cancha; nunca respuestas a la ciudadanía, que tomó con cautela esas declaraciones, en tiempos donde algunos políticos –parece– son devotos de una nueva formulación doctrinaria: “Mejor que hacer es decir”.
El jefe de Gobierno y su partido expresaron (en una nueva demostración de apego a la palabra) que la Cámara ante la cual habían apelado lo actuado por el juez Oyarbide se iba a encargar de poner las cosas en su lugar.
Y los representantes del pueblo de la Ciudad, que asistimos prudentes a la victimización y desautorización del adversario que fue el arma del PRO, decidimos esperar a que la Cámara dijera lo suyo. Respetuosos del mandato popular, no intervinimos en un show mediático donde la ex vicejefa de Gobierno Marta Gabriela Michetti vociferó hasta el cansancio: “No podrán detenernos”. Todo... menos hablar de los hechos.
Y llegó el día invernal en que por unanimidad la Cámara Federal porteña confirmó el procesamiento de Mauricio Macri por el espionaje ilegal. Y ante ese hecho las palabras fueron rimbombantes: se habló de “mamarracho”, de “jueces kirchneristas”,... nada que no repita un modus operandi conocido. Una estrategia tan vieja como el ajedrez: no hay mejor defensa que un buen ataque.
Y los dichos del jefe de Gobierno no se escucharon porque no está en el país, pero sus espadas más filosas descubrieron flamantes enemigos y otros que ya son blancos recurrentes. Siempre la culpa es de contrincantes desleales que buscan detener una increíble transformación de la Ciudad Autónoma que resulta invisible para los demás, salvo para peor.
Pero ya está bien, ingeniero Macri. Hemos sido prudentes. Más que respetuosos de sus derechos. Pero no indiferentes. Hemos asistido con preocupación al desarrollo de esta causa. Pero ya no nos alcanza con sus soluciones discursivas.
Sus dichos no nos sorprenden, pero ahora somos nosotros los que le reclamamos hechos. Nadie tiene comprada la impunidad, señor Macri. Usted tampoco.
Y los legisladores de su partido deberían ser los primeros en demostrar interés en que esta causa se aclare. Deberían ser los primeros en proponer una instancia legislativa que contribuya a aportar elementos para que esta trama oscura en la cual nos tiene atrapados su gestión gane algún grado de transparencia. Para que nuestra preocupación central siga siendo resolver los problemas a la gente. Y no estar pensando si usted nos escucha o no, ingeniero.
Si usted y los suyos quieren calidad institucional, les pedimos hechos. A los legisladores del PRO, les propongo: súmense a la Comisión Investigadora de la Legislatura –prevista en el artículo 83 de la Constitución de la Ciudad Autónoma– y demuestren que son más obedientes a su juramento de no defraudar a la ciudadanía que a su jefe político.
Hemos sido demasiado prudentes. Ahora le decimos, señor jefe de Gobierno: Sus dichos ya los conocemos. Es la hora de los hechos.
(Por Silvina Pedreira - Diputada de la ciudad de Buenos Aires-Bloque Peronista).
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