El peronismo ha sido muchas veces integrador o actor principal de acuerdos, de concertaciones políticas. Hay, por otra parte, un arsenal de pensamientos burgueses que garantizan la conveniencia de buscar coincidencias.
Algunos llegan a decir que en realidad, todos deseamos lo mismo y que discrepamos acerca de las metodologías.
Se ha llegado a sostener, no hace mucho, que las ideologías han muerto, que entonces basta con elegir buenos administradores para que gobiernen.
Todo eso viene acompañado con un continuo elogio de las buenas maneras en las discusiones políticas y aún en los conflictos sociales.
A cada momento se nos propone a nuestra admiración la conducta de antagonistas sonrientes que se dispensan elogios mutuos durante las negociaciones.
Bueno, estas escasas palabras que diré yo servirán primero para saludar todas estas ideas que acabo de mentar. ¿Quién soy yo para no ovacionarlas de pie?
Pero también, y como humilde despacho en disidencia, propongo un tímido elogio del desacuerdo, de la bifurcación, de la heterodoxia, de la herejía. Después de todo, las revoluciones surgen sólo de desacuerdos: el hombre es un mono disidente.
Me permito entonces, subrayar la acción política de Néstor Kirchner como venturoso gestor de desacuerdos.
Él se atrevió a recorrer caminos que nadie se atrevía a transitar y que parecían alejarse de las concurridas avenidas centrales que recomendaban los poderosos del mundo global. Y se metió entonces por unas callecitas ya olvidadas cuyos nombres sólo se pronunciaban en los foros estudiantiles, en las reuniones de obreros soñadores y en rincones que siempre estaban alejados del poder político.
Esas calles del desacuerdo ahora pueden reconocerse: una conduce al crecimiento del mercado interno, otra al control del comercio exterior. Está también el boulevard de la intervención del Estado, el veredón de los Derechos Humanos, la plazoleta de la ley de medios, la peatonal de la asignación por hijo. Por esas calles andaba este hombre. Algunas de ellas habían sido recorridas por otro señor en 1946.
Ahora bien, cuando alguien del poder político se aventura por esos angurriales termina por llegar a un distrito donde el poder político no está en el mismo lugar que el poder económico. Y la bifurcación se produce, y son inevitables los ataques de las corporaciones y de los poderosos que tratarán de conseguir el regreso de los gobernantes tránsfugas hacia las avenidas iluminadas de sus intereses.
Hace muchos años hubo un debate entre un político socialista que era intendente de Mar de Plata, se llamaba Teodoro Bronzini, con el doctor Becar Varela que era miembro del partido que entonces por lo menos tenía la decencia admitir que era el partido Conservador. E hicieron un debate por televisión. Cuando terminó el debate el moderador se asombró de las coincidencias que habían tenido y de los reconocimientos mutuos.
Pero no era sorprendente porque ambos políticos formaban parte de una visión liberal del mundo y eran funcionales a los intereses de las corporaciones. ¿Cómo no van a ser amables si en el fondo pensaban lo mismo?
Bueno, Néstor Kirchner no les parecía amable a las corporaciones. En verdad, ningún otro presidente salvo aquel otro señor les pareció tan desagradable.
Y lo atacaron como a nadie. Y todos preguntaban ¿Por qué lo atacan a este y a los otros no?
Bueno, no porque Kirchner tuviese mal carácter y fuera confrontativo como quien es cascarrabias. No se trataba de una cuestión de carácter: este tipo había tocado sus intereses. Y fue el único que lo hizo. Todos los demás parecían aceptables en algún punto porque también en algún punto eran funcionales a los intereses del poder económico.
Y eso es todo lo que quería decir. A veces no hay más remedio que disentir, que persistir en el desacuerdo. Hoy casi por única vez en nuestra historia, el poder político no está donde está el poder económico.
Y este hombre que ahora se ha ido produjo un último acto de insujeción: Su muerte encendió la luz, y como en un refusilo vimos algo. Aquellas calles, laterales, desoladas, que estaban ocultas por la oscuridad y por la cerrazón de los medios, al hacerse la luz, estaban llenas de gente.
Por Alejandro Dolina.
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