María Teresa Nazer tiene 53 años, trabajó toda su vida en casas de familia y en plena crisis económica en 2002 abrió en el sur del Gran Buenos Aires, en el municipio de Lomas de Zamora, un comedor comunitario en el que 80 familias reciben comida diaria.
Allí también funciona una biblioteca, se dan clases de apoyo escolar y se distribuye ropa y remedios.
El centro se llama Ale y Darío, por un hermano y un sobrino de Teresa asesinados por delincuentes. Ella no está identificada con ningún partido político, pero en 2004 pidió ayuda a la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner.
Le llevó cartas de las familias que asistían al comedor y meses después apareció una trabajadora social que comenzó a relevar las necesidades del barrio. Los vecinos entonces recibieron materiales para construir su casa, camas y colchones, otros muebles, neveras, cocinas y elementos para iniciar emprendimientos laborales, desde confección de ropa hasta elaboración de comida.
El Ministerio de Desarrollo Social también le donó al comedor los juguetes para montar una ludoteca, que funciona todos los días. “Se portaron más que bien. Acá no hubo punteros que se quedaron con la mitad de la ayuda”, cuenta Teresa.
El marido de Teresa trabaja cortando césped y árboles.
Cintia Chocobar, que a sus 24 años es madre de cuatro hijas y cuyos padres vinieron de otra provincia norteña, Jujuy, a Lomas de Zamora, vivía en una casa de chapas y cartones y dormía en el suelo hasta que el Ministerio de Desarrollo Social le entregó hace pocos años camas, colchones, sábanas y una mesa.
Su madre recibió del ministerio un calentador para hacer panchos y venderlos en la calle.
Su marido es uno de los que consiguieron trabajo en el plan por el cual se han formado desde 2009, cooperativas que se dedican a limpiar las calles.
“A mí me cambió la vida la presidenta”, destaca Lorena Ansaldo, madre soltera de cuatro hijos, que los lleva al comedor Ale y Darío para que los cuiden mientras ella trabaja.
Lorena, cuenta que gracias a la asignación ya no debe mendigar ropa o calzado sino que lo puede comprar por sí sola y además ha ahorrado para construir la única habitación de su casa y montar allí una cocina.
Su hijo mayor, de 20 años, trabaja en una fábrica metalúrgica y ahora se apuntará al plan Progresar, que consiste en una subvención mensual para jóvenes de 18 a 24 años que no estudian ni trabajan en la formalidad y que, a cambio de la paga, deberán retomar la formación.
Ya hay 257.000 jóvenes que se han apuntado. Unos 14 de ellos comenzarán este marzo estudios para finalizar la secundaria en el centro Ale y Darío. “Son pibes que venían al comedor cuando eran chicos. Ahora quieren ponerse las pilas”, se ilusiona Teresa.
Fuente: ElPaís
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