No se trata de interpretar a Perón, ni de explicarlo, sino de recordar su obra y su mensaje y, en lo posible, intentar un paralelismo entre su gobierno y el proyecto político iniciado por Néstor Kirchner en 2003.
Las banderas históricas del peronismo –la independencia económica, la soberanía política y la justicia social– son las mismas que enarbola este modelo nacional, popular y democrático.
En 1946, Perón derrotó, en elecciones transparentes, a una alianza de partidos, la Unión Democrática, cuyo plan estratégico diseñaba el entonces embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden.
En 2003, Kirchner, al consagrarse presidente de un país destruido, recibió de inmediato el “ultimátum” del establishment argentino. En un artículo del diario La Nación suscripto por su figura estelar de entonces, Claudio Escribano, se reclamaba el despido del autor del discurso leído por el presidente electo y se afirmaba que la Argentina, según la supuesta opinión del Consejo para las Américas que reúne lo más reaccionario del establishment estadounidense, “había resuelto darse gobierno por un año”.
Pero Kirchner, que tenía muy claro su proyecto político, rechazó enérgicamente, como Perón en 1946, esa y otras presiones.
Así comenzó a gestarse una sistemática oposición liderada, en esta oportunidad, por los oligopolios de prensa y otros grupos concentrados del poder en alianza con casi todo el arco opositor. Casi una reiteración de la realidad política que enfrentó Perón en 1946.
Desde el comienzo de su mandato, y en respuesta a su “rebeldía”, Néstor Kirchner sufrió una formidable acción desestabilizadora, cuando no golpista.
Esas maniobras no se han desactivado aún, pero la férrea conducción del proyecto, antes y ahora, las ha desgastado notablemente.
Con precisión quirúrgica, desde el comienzo, en 2003, se fue avanzando sobre las líneas de defensa del modelo neoliberal.
Así cayeron la Corte de jueces menemistas, las leyes de impunidad y las prácticas extorsivas ejecutadas desde el FMI.
Así comenzó a gestarse un nuevo modelo de país, nacional y popular, en sintonía con el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional presentado ante la Asamblea Legislativa, el 1 de mayo de 1974, por el presidente Perón.
Aquel proyecto quedó trunco por el fallecimiento del líder, dos meses después.
Este modelo en gestión, con sus más de ocho años de vigencia, pleno de realizaciones, contiene los mismos principios, ideales, convicciones, sensibilidad social y espíritu integracionista que el modelo de Perón y, por tanto, se convierte en su continuidad histórica.
Los trabajadores organizados poseemos una agenda plena de reivindicaciones que siguen pendientes y no vamos a resignarlas como tampoco resignamos la legítima autonomía sindical.
Pero es en el ámbito propicio donde tenemos que discutir esas reivindicaciones sin olvidarnos que nuestro reclamo central debe ser de solidaridad con quienes aún padecen el flagelo de la indigencia económica en sus hogares.
El reciente cambio en la relación de fuerzas, propiciado por la voluntad popular expresada en las urnas, le devolvió al gobierno la iniciativa en ambas cámaras legislativas.
Este no es un dato menor.
En pocos días, en sesiones extraordinarias, fueron consideradas importantes leyes que, como proyectos, estaban “cajoneados” por una oposición obstruccionista. Esas leyes profundizarán el modelo para hacer realidad lo que hasta ayer fue una consigna política.
Mayores sanciones a la evasión tributaria, límite a la extranjerización de nuestro suelo, declaración de “interés público” a la comercialización y producción del papel para diarios, entre otras leyes fundamentales preanuncian la voluntad política del gobierno de mantener el rumbo sin detener el modelo productivo que ya creó 5 millones de puestos de trabajo y creará, lejos de las políticas de ajuste, muchos más.
Pero sin dudas el paso más importante es el nuevo Estatuto del Peón Rural. Así se deroga el sancionado, con el beneplácito de las cámaras patronales rurales, por Videla y Martínez de Hoz en plena dictadura cívico-militar.
Ahora, los trabajadores rurales serán equiparados en sus derechos al resto de los trabajadores argentinos bajo la tutela de la Ley de Contrato de Trabajo. Y además, serán beneficiados con la reducción de la edad jubilatoria de 65 a 57 años.
Aún nos falta recorrer, y reconstruir, un largo y sinuoso camino para culminar el modelo de país que merecemos. El núcleo duro del neoliberalismo aun resiste y es preciso demolerlo definitivamente.
Para ello, el gobierno necesita del apoyo de todo el campo popular, en primer orden, de sus dirigentes políticos, sociales y sindicales, del mismo modo que el campo popular necesita de este gobierno pleno de probadas convicciones.
Ello debe ser así porque, repasando la historia reciente, nadie que haya luchado contra el neoliberalismo de los años noventa ignora que este proyecto político nacional, popular y democrático, es la genuina expresión del que entonces demandábamos.
Por ello, si Perón viviera, sería un fervoroso defensor de este modelo con raíces profundamente peronistas.
Por Carlos A. Barbeito (Secr. Gral. de la Unión Obrera Molinera Argentina).
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