Hace tres años, un 4 de abril de 2007, en una ruta de la provincia de Neuquén, mataron a un maestro.
Carlos Fuentealba era un obrero que estudió para ser profesor.
Se había comprometido con la vida de sus estudiantes y, sabemos, era un buen compañero y padre.
En la protesta, recibió una granada, no un tiro, ni una bala perdida, sino una granada enorme, bestial en su cabeza lúcida.
Habrá quizá quiénes se pregunten por qué un maestro salió a cortar una ruta pudiendo quedarse en su casa o en la escuela enseñando; por qué salió a armar una forma colectiva de lucha si hubiera podido quedarse con sus hijas mientras salían otros compañeros .
Hay personas que se ponen primeras para defender los derechos de todos.
Carlos Fuentealba, como muchos otros maestros y trabajadores, hacía eso: se ponía primero para pelear cuando lo convocaba la injusticia.
Porque las huelgas, las luchas, se hacen para lograr mejores salarios, jubilaciones, escuelas dignas para el pueblo.
Los trabajadores, siempre que hacemos huelga, la hacemos para llevar un plato de comida a la casa, para poder pagar la luz y los otros impuestos, para comprarles ropa, golosinas y juguetes a nuestros hijos, para pagar los pasajes de colectivo con los que nosotros vamos a nuestro trabajo y los chicos a la escuela.
Con la granada que mató a Fuentealba intentaron disciplinar, por miedo, a los sectores rebeldes de la lucha, a los que no se conforman con las migajas, a quienes piensan que la realidad está para cambiarla.
A Carlos lo mataron y nos dejaron con un maestro menos, una voz menos para contarnos un cuento, para enseñarnos a leer, para repartir ternura, para ayudarnos a entender la ciencia y la cultura.
A Carlos lo mató la policía, pero con esto no alcanza para explicar la verdad.
Porque detrás de cada uniformado que sale a disparar existe alguien mucho más poderoso sin razón ni sensibilidad que da la orden de reprimir a los que protestan; y ese alguien tiene nombre y apellido y ocupaba el cargo de gobernador: Jorge Sobisch.
Un nombre para no olvidar, para recordar todos los días.
Un nombre que no queremos olvidar porque es preciso que se lo recordemos a jueces, gobernadores y presidentes; porque queremos que se haga justicia y que vaya preso quien dio la orden de matar; porque estamos convencidos de que no hay futuro que pueda proyectarse si no se reparan con justicia las heridas del pasado.
Nadie nos devuelve al compañero ni puede curar la pena inmensa de su muerte.
Pero en cada uno de nosotros, en cada día de la escuela, en el aula donde la cultura vibra, tenemos la oportunidad de hacerlo volver.
Enseñando y aprendiendo, cuestionando lo injusto, ayudándonos cada día en las tareas de la escuela, siendo mejores compañeros y mejores maestros, peleando por los derechos de todos, hacemos que vuelva Carlos Fuentealba, el maestro que se puso primero en la fila para dar un enorme ejemplo de solidaridad y conciencia.
AMSAFE ROSARIO
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