Decían detestarse. Juraban que nunca, jamás de los jamases, se arrimarían siquiera para una foto de ocasión. Pero para ciertos políticos profesionales el amor y el odio son sentimientos volátiles, que se evaporan al calor de la necesidad. Y a los dos los desborda la necesidad.
“Tenemos que hacer algo o nos revientan”, le dijo ella. “Ya te paso un par de nombres”, le dijo él. El increíble pacto quedó sellado en pocos minutos: Elisa Carrió y Julio Cleto Cobos, los otrora enemigos irreconciliables, se asociaron para pergeñar la operación política más burda de los últimos tiempos.
Faltaban dos horas para que terminara el miércoles 10 y Carrió lucía desesperada. “Si sale el presupuesto se nos cae todo, nos quedamos sin nada”, recitaba, monocorde, desde las bambalinas del recinto de la Cámara de Diputados donde se trataba el proyecto de ley de Presupuesto 2011.
La jefa de la Coalición Cívica ya había descargado casi todo su arsenal sobre el hemiciclo: fustigó a sus ex aliados radicales con el recuerdo de viejos pactos, apretó a Federico Pinedo por la deserción en su bloque, y le hizo mohínes a Felipe Solá para contener el desbande del peronismo disidente.
Con su habitual mix de amenazas, griterío y seducción, Carrió había logrado prolongar una sesión que, a esa hora, parecía haberse encaminado a favor del oficialismo. “Estos no me van a enterrar antes de muerta”, dijo al final, y pidió que le alcanzaran su teléfono.
“Hola, ¿Julio? Tenés que darme una mano”, ordenó Carrió, con su mejor tono de súplica. Tres testigos directos confirmaron que fue un diálogo telefónico breve, nervioso. Con pocas palabras, Carrió desarrolló su profecía ante el vice-opositor. “Si les damos el presupuesto, perdimos”, arrancó, para luego desarrollar la tesis que, casi un año atrás, había exhibido ante sus pares del Grupo A.
En la imaginación de Carrió, la oposición debía llegar al debate del presupuesto activando una tormenta perfecta, quitándole al Gobierno todos los mecanismos de gestión: facultades delegadas, superpoderes y DNU. Sin esas herramientas, planeó la diputada, los K se verían obligados a negociar el presupuesto. Pero el año parlamentario pasó con más penas que gloria para la oposición, que apenas logró tumbar las facultades delegadas. De ese modo, al oficialismo se le abrió la posibilidad de prorrogar el presupuesto 2010 como forma de esquivar los embates del arco anti K.
Y la estrategia de Carrió se resquebrajó, hundiendo al Grupo A en la ciénaga de los reproches cruzados.
Por Adrián Murano
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