Estilo circense para contraponer alegría forzada a la realidad amarga. Globos y técnica publicitaria ante la ausencia pavorosa de contenidos. Macri como único orador; es que apenas si tiene construcción y cuadros de valía.
Se paró con el micrófono ante menos de mil personas como un cantante melódico o acaso como un pastor electrónico made in Usa. Fue breve, enredado, vacío. Sin embargo, fue a la vez reiterativo y balbuceante, aún peor que en sus pobres discursos cada vez que abre las legislativas.
Sus asesores apenas si ofrecieron el paso del amarillo PRO al rojo, blanco, celeste, verde y naranja. En la escuela mostraban que cuando gira un círculo pintado con los colores primarios, lo que vemos aparece como blanco. En este caso fue la nada. La puesta en escena de la nada en un salón de fiestas infantiles, eso parecía el club de Villa Pueyrredón.
Mientras la política fue pasión o convencimiento, todo aquel que aspirara a encabezar un proyecto estuvo dispuesto a asumir el riesgo de la derrota. Lula perdió tres veces y terminó su segundo mandato como líder de escala internacional. Alfonsín se cansó de fatigar pueblos, mateadas y asados hasta convertirse, con Renovación y Cambio, en alternativa superadora, casi excepcional, de un radicalismo opaco. Néstor Kirchner asumió con los famosos “más desocupados que votos” y terminó la segunda presidencia con el 60 o 70 por ciento de imagen positiva. Cristina afrontó la crisis de la 125, la debacle financiera global y la oposición exasperada de los medios dominantes hasta remontar la cuesta de un modo conmovedor.
Mauricio Macri es el contraejemplo de la voluntad de transformación de lo dado. Vive con asco la política, como el berrinche de un niño rico. Como otros candidatos que se bajaron de la presidencial, en lugar de recorrer el país y sus territorios, de trabajar duro, de apostar a batallar a futuro desde un eventual segundo puesto en las presidenciales, prefirió la cómoda.
Aun así no tiene garantizado el triunfo en Capital.
Poquísima y muy pobre cosa para pretender interpelar a un país.
(Por Eduardo Blaustein)
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