lunes, 9 de agosto de 2010

Cuatro mamás de Florencio Varela cuentan los regalitos que le hacen a sus pibes gracias a la ayuda de la asignación universal.

Para llegar al barrio Gobernador Monteverde, en Florencio Varela –aclaran las chicas–, hay que bajar en el acceso Sudeste de la Autopista Buenos Aires-La Plata, tomar Calchaquí, doblar en Hipólito Yrigoyen antes del cruce Varela, y seguir hasta una calle llamada Aconcagua.

Aquí, dicen las madres, en el barrio Monteverde, en Florencio Varela, ahora los chicos piden y reclaman partes de su salario.

–Les podés exigir de esa forma. Ahora si se sacan más de siete ya quieren un premio, y saben que podemos dárselo. Los chicos se enteran por la tele lo de la Asignación Universal por Hijo y quieren cosas para estudiar– asegura Ida.

Aquí, dicen también las madres, en el barrio Monteverde, en Florencio Varela, bien al sur, segundo cordón del Conurbano Bonaerense, este año se ven menos chicos en la calle, menos cartoneros y menos cybers. En las casas ya hay computadoras con internet.

Las chicas son Ida, Johanna, Zulma y Gabriela; salvo Johanna, el resto anda cerca de los 40 años. Forman parte de los 30.000 varelenses que se vieron beneficiados con el programa de Asignación Universal por hijo. Se estima que en este partido del gran Buenos Aires viven 400.000 habitantes; es, según fuentes de la intendencia, el segundo distrito más pobre del país, después de José C. Paz.

–Yo te voy a decir una cosa –dice Ida, de 42, que trabaja por hora en una casa– que a lo mejor te dé risa: yo este año recién pude comprarles mochila nueva a los chicos. Antes iban siempre con la misma que habían empezado primer grado. No te digo que guau! Les compré la mejor mochila, pero ellos están contentos.

Ida tiene hijos de 10, 12 y 13 años. Cuando los enumera, el resto de las madres le pregunta si de joven tuvo televisor en la casa. Ida es a la que menos le cuesta hablar al principio, a la que no hay que hacerla entrar en confianza para que cuente cosas. Y lo hace parada, apoyando las manos en la silla.

Para Johanna, las personas que están en contra de la asignación por hijo es porque realmente no pasaron ni saben lo que es la necesidad. Ella, jovencita, mamá de una beba de un año y medio, es la de la derecha de la mesa, la más callada. Tiene los ojos delineados, una campera de jeans y el acné en su rostro denota su edad. “El papá de mi gorda se borró y si bien mi familia me apoya, es como que lo económico jodía un poco. A mí la asignación me vino muy bien para los remedios. Para mí, está bárbara, porque al principio era pura teta, pero creció y gastás mucho en comida”, dice.

–La carita de él y tu satisfacción como papá– se mete Ida, la que más habla, en referencia a uno de sus hijos– de poder disfrutarlo, de ir a actos y verlo con mochila nueva, saber que si necesitan algo de la escuela vos podés decirle a la maestra que para tal fecha el nene tendrá sus materiales.

Zulma, de rojo, vendedora de artículos de limpieza sueltos, dice que ahora que se viene el día del niño hasta su hijo de 22 años le pide regalos, y asegura notar los cambios en los últimos años de su querido distrito de Varela en los pocos vecinos que se acercan a una iglesia para pedir alimentos, y en la gran cantidad de gente que ve en los supermercados.

Hay cambios. Las personas que trabajaron toda su vida en negro hoy cobran una pensión. Están las cooperativas de trabajo que además de ser un ingreso sacaron a varios chicos de la mala vida. Y las tarjetas para ir a hacer compras. Y las ayudas a las personas de tercera edad. El que se queja, al que no le gustan estos cambios es porque no le gusta la igualdad.

Para Gabriela, la de la punta de la mesa, la que más se ríe al hablar, mamá de un varón de 17 que va a segundo año, lo que más la sorprendió sobre los cambios del barrio, fue hace poco, cuando fue a la plaza: “Volví a ver la Plaza de Varela llena, con los papás comprándoles pochoclos, gaseosas a los hijos, ¿sabés que lindo?, hacía años que no estaba así la plaza”.

–El otro día salimos a la feria y dije “ah, compré un pantalón”, lo de la Asignación es subirle la autoestima a la gente. No va en sólo en comprarle una remera a tu hijo, va en sentir que te sobra algo de plata para darte un gustito, y no te sentís menospreciado, ni excluído, el país está evolucionando– dice Ida, siempre de parada.

–O una buena mesa –agrega Gabriela–, a mí lo que más me reconforma es comerme un rico asado un domingo con mi comadre. Pero los pocos cartoneros que se ven son sólo padres. Ahora los chicos están yendo mucho más a clases y eso lo notás a la tarde. Venís y no ves más chicos en la calle, o juntando cartones con los papás.

Johanna, además de tener la meta de finalizar sus estudios secundarios, dice que el mes pasado pudo comprarle los remedios a su beba, y que no la trajo porque ahora está engripada y que todavía zafa, que como es bebé no le pide ropa a cada rato como los chicos que saben que sus mamás tienen la Asignación.

Zulma, la de sweater rojo que vende artículos de limpieza opina que lo de la Asignación es un pretexto para que ningún padre diga que no lleva a sus hijos a la escuela porque no tiene para comprar un cuaderno. Y espera y calcula que no volverá a ver una generación de adolescentes que no saben leer ni escribir. Y también se anima a pedir una ayuda más: “Estaría bueno que no se cortara cuando los chicos cumplen 18, siempre y cuando se presente una constancia de que siguen estudiando una carrera así tienen para el colectivo y las fotocopias, que son caras”.

Zulma, a partir del beneficio, pudo comprarle un perfume a su hija. Pensando en el futuro de los que sí están estudiando, Zulma se pregunta por el trabajo al recibirse, porque hoy, acostumbrados a que los jóvenes abandonen temprano la escuela, los comerciantes piden experiencia laboral a los recién egresados. Y la adolescencia está, supuestamente, para jugar y para ir a la escuela. Lo que también les gustaría, dicen, son talleres de inglés y computación ya que en las escuelas es muy básico lo que se enseña y no hay plata para un instituto privado, y hoy, el conocimiento del idioma y de la informática ayudan a la hora de buscar trabajo.

–Estaría bueno que aprendan oficios, cuestión de que si no consiguen trabajo pueden cocinar un par y venderlo desde sus casas– pide Ida.

El fotógrafo ya hizo su trabajo, las nenas posan como si fuesen modelos. Se apagó el grabador; el mate sigue rondando y sale el tema de lo que dijo en mayo pasado el titular del Comité nacional de la UCR y senador nacional Ernesto Sanz, que la plata de la asignación familiar se gasta en paco y en el bingo.

Entonces, para Sanz, van devuelta las indicaciones del principio de la crónica, así toma nota: bajar en el acceso Sudeste de la Autopista Buenos Aires-La Plata, tomar Calchaquí, doblar en Hipólito Yrigoyen antes del cruce Varela, y seguir hasta una calle llamada Aconcagua. Y allí, preguntar a vecinos sobre la Asignación por hijo, y mirar cómo está el barrio, y fijarse qué tanto paco y tanto bingo se ve. Las chicas, que aclaran que son del barrio Gobernador Monteverde, lo esperan con mate y galletitas.

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