Analía Argento reconstruye un tramo de la infancia de Mario Javier Firmenich, Amor Perdía y otros hijos de militantes que pasaron por allí a partir de 1979. La guardería Montonera, la vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva, es también un valioso testimonio fotográfico.
Cada presentación de La guardería montonera, la vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva, desata su propio festival de emoción. En la Biblioteca Nacional, en la Feria del Libro de Mar del Plata o allí donde la periodista Analía Argentino, su autora, se sentó a la mesa para hablar del libro, siempre estuvo acompañada por muchos de los protagonistas. Cada presentación se volvió un reencuentro. El de tantos chicos que crecieron allí y llevaban décadas sin reunirse. El volverse a ver de los adultos que los cuidaron, o los dejaron y pudieron regresar a buscarlos.
Pasaron muchos años para que esta historia sobre aquella guardería que funcionó en La Habana pudiera ser reconstruida y socializada. O -tal vez- no tantos. Porque en cada presentación del libro hay también un paraguas que se abre. Algún ex militante, antes de que los hijos de integrantes de Montoneros que pasaron su infancia en aquella guardería hablen por primera vez, advertirá:
-Nosotros todavía nos debemos una discusión sobre esto.
Esto: en una reunión en Roma el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, decide poner en marcha la Contraofensiva popular. En otoño de 1979, un matrimonio, sus dos hijos y diez retoños de otros compañeros de militancia aterrizan en La Habana. El mayor de ellos tiene siete años y hay varios bebés. Después se irán sumando más. Se quedarán allí mientras sus padres se preparan y regresan clandestinos a la Argentina, donde planean golpear a la dictadura en “puntos vitales”.
-¿Por qué se sabe poco sobre la Guardería de Montoneros?
-Quizás durante mucho tiempo hubo temas que tenían que ver con la lucha armada en los 70 de los que no se hablaba. Este caso involucra a chicos, varios de ellos perdieron a sus padres. Desde el punto de vista humano es difícil hablar de su intimidad. Para los protagonistas también era duro contarlo. Argentina tuvo distintos procesos desde el Juicio a las Juntas. Ahora, con 30 años democracia, creo que hay temas de los que se puede hablar abiertamente y desde distintas visiones.
-El hecho de que haya un proceso de Justicia, Verdad y Memoria, ¿también hace a ese marco?
-También. Creo que ahora se pueden hacer análisis más profundos, hablar de matices. Al inicio de la democracia había una estigmatización social. Decir que habías sido montonero podía perjudicarte. Hoy los protagonistas adultos pueden hablar porque se reincorporaron a la sociedad y a la política, sin esa cuestión estigmatizada de haber participado de la lucha armada, o con una menor carga. También se puede hablar de la guardería porque los que empiezan a contar -y los que quieren saber- son los que vivieron ahí su infancia.
-La historia de Mario Javier – hijo de Firmenich- es una de las más impactantes del libro. También la de Amor -hija de Roberto Perdía-. ¿Te revelaron otras facetas de la conducción de Montoneros?
-Sobre Firmenich pesa una mirada socialmente acusatoria. Me sorprendió conocer a muchos que lo reivindican, les parece injusto que no pueda vivir en la Argentina. No es que esté imposibilitado legalmente, pero su figura es tan polémica que no puede venir ni de paseo. Hay varios enojados y hay muchos que lo quieren, respetan y valoran. Roberto Perdía me pareció el más abierto a conversar. Vaca Narvaja estuvo detenido, trabajó en una gomería y es el único de los tres que se reinsertó en la política. Cuando lo designaron ministro de Obras Públicas de Río Negro, el momento de la noticia fue un cimbronazo, pero pasó, y hoy es el único que tiene un cargo público. También me pareció fuerte que más de 30 años después, para muchos Raúl Yaguer siga siendo un referente muy valorado.
¿Mario Javier Firmenich y Amor Perdía tenían ganas de hablar?
-Es curioso: eran los personajes que más podían “perder”. Socialmente podían ser más cuestionados por tener un apellido famoso y ser hijos de la conducción, pero están entre los que hablaron más abiertamente. No sé si porque tienen a los padres vivos o quizás porque crecieron con eso. Como me decía el hijo de Firmenich, viviendo acá, cada vez que tiene que decir su nombre y apellido, "Mario Firmenich", la gente se da vuelta a mirarlo. Tuvieron que aprender el efecto de sus apellidos en la sociedad de sus apellidos. Quizás por eso Amor Perdía y el hijo de Firmenich tenían tantas ganas de contar. Amor recuerda con mucho cariño la Guardería, cuando habla de eso se le llenan los ojos de lágrimas.
-El hijo de Firmenich llegó a la Guardería a los cinco años y con una historia de película .
-Me parece que los cinco años que vivió en el orfanato, sin saber que tenía una familia, lo marcaron. Es, por decirlo de alguna manera, el más desprejuiciado, y el menos “correcto”. Se crió con 300 chicos y de niño se crió como si fuera más grande. Habló sin condiciones y puso un solo requisito: que yo conociera el orfanato de Córdoba donde creció, su segunda casa, donde todos le dicen "El Bichi".
-¿Relatos como La guardería montonera abordan el tema desde nuevas perspectivas?
-Me parece que desde el periodismo y el cine, algunos tenemos la inquietud de hurgar en ellos. Quizás no tenemos los prejuicios de haber sido parte, no fuimos protagonistas, éramos chiquitos. Hoy desde nuestra adultez podemos investigar esos temas con profundidad, y quizás con cierta distancia en el tiempo. Yo tenía nueve años cuando la contraofensiva.
-¿Cuánta conciencia tenías al iniciar el trabajo que te metías en uno de los temas más controvertidos de Montoneros?
-Sabía que era un tema difícil. Mi primer contacto fue a través de quienes fueron protagonistas como niños. Tuve un registro desde lo humano, desde cómo se sentían. Después sí: debí pensar en cómo contextualizar la guardería en la contraofensiva. Hay tres libros con tres visiones diferentes del tema y me sirvieron mucho: Lo que mata de las balas es la velocidad, El tren de la victoria y Fuimos soldados. Yo no quería hacer un libro sobre la contraofensiva sino contar acerca de los chicos. Cómo vivieron en esa suerte de cajita de cristal, si es que se la puede llamar así, en un contexto donde hablaban de la revolución y de la muerte, y vivían separados de sus padres.
-¿Tu punto de vista, cambió en algo medida que avanzó tu investigación?
-En general no parto de ideas previas ni de hipótesis, hago un camino de descubrimiento. Los títulos de mis libros los pongo al final. Encuentran identidad según lo que voy investigando y respondiendo. En este camino, fui tratando de entender algunas cosas. A las madres y padres sobrevivientes les pregunté mucho por qué se sumaron a la contraofensiva. Cómo pudieron dejar a los chicos allá. Son las preguntas que más se hacen los chicos, sobre todo los que perdieron a sus padres. No justifico ni condeno. Quise tratar de entender por qué tomaron determinadas decisiones. Cómo una mujer le puede dejar su hijo con tanto confianza a una compañera militante sabiendo que tal vez no vuelve.
¿Las cicatrices más dolorosas de la guardería?
-Es muy duro superar no haber tenido a los padres en la niñez. Para el que vivió ahí y pero sus papás regresaron con vida, fue una marca, o un hueco. Muchos me pedían que escribiera el libro -asi como algunos no querían- porque no recordaban. Es saber que estuviste en algún lado pero no tener a nadie que te cuente. Pero es más doloroso para quienes no volvieron a ver a los padres. Otra herida: el shock de los que volvieron a la Argentina al inicio de la democracia, con los abuelos, cuando el decreto de Alfonsín ordeneba la detención de sus padres. La sociedad condenaba lo que habían hecho y estaban las cargadas en escuela. También fue traumático pasar del sistema de la revolución cubana a vivir en el capitalismo acá. También están los chicos que fueron criados por familiares que condenaban la militancia. “Tu papá te dejó por la lucha armada”. Eso generó heridas muy dolorosas.
-¿Encontraste rasgos en común entre quienes que pasaron por la Guardería?
-Un rasgo común es que muchos tienen militancia política en continuidad con la de sus padres. En distintos movimientos políticos vinculados con el kirchnerismo: FPV, La Cámpora, Movimiento Evita. Otros opinan todo lo contrario y creen que la revolución se perdió con Montoneros. Los que no trabajan en la actividad política tienen profesiones vinculadas a lo social, incluso si hay alguno que es ingeniero, lo ejerce vinculado a algo social. Casi todos son padres y madres canguros, van a todo lados con sus hijos, les cuesta dejarlos, vuelven rápido a casa para estar con ellos. Otra marca de la guardería de Cuba es sentir que si tienen algo, hay que compartirlo. Se conozcan o no, noto entre ellos una hermandad. Se vuelven a ver y son como una familia. Eso me impresiona: que sigan teniendo un vínculo aunque no se hayan visto en años o décadas. Es una comunión que excede tiempo y espacio.
Por: María Eugenia Ludueña - InfojusNoticias
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