Como Caloi, como Sasturain o como Fontanarrosa, Dolina pertenece a una especie no muy habitual de peronistas: la de los nacidos en los ’40 o ’50, en familias de clase media, pero de buena sensibilidad popular. Una generación de artistas, intelectuales o escritores que nunca ocultó ni renegó de su filiación peronista. Y que, a la hora de desarrollar su obra, supo colar aquí y allá, como quien no quiere la cosa, pequeñas alusiones a su pensamiento nac & pop; pedagogías sutiles para bajar el nivel de gorilismo en sangre del clasemediero típico.
“Los muchachos lo han hecho además sin énfasis”, coincide Dolina cuando se le marca ese parentesco con sus colegas. “En cambio hay funcionarios muy respetables que en todo debate empiezan a recitar las 20 verdades. Pienso en uno que respeto mucho. Y lamentablemente eso le da pie a los que tienen montado al peronismo entre ceja y ceja”, dice.
–¿Sentís que hoy parte de la clase media se ha reconciliado o ha hecho las paces con el peronismo?
–No me parece. Sí me parece que mucha gente ha fingido hacer las paces, pero aprovecha cualquier situación para dejar que aflore esa prevención ancestral, que en muchos casos es justificada por las acciones del propio peronismo (risas). De todos modos yo no creo que el peronismo deba ser juzgado por sus peores exponentes. Un poeta tiene derecho a ser considerado por sus mejores frases. Y aquel argumento de agarrar a los peores peronistas y decir eso es el peronismo, es un error. Como ver un chino rubio en Pekín y afirmar que todos los chinos son rubios.
–En general, a partir de sus diversos y hasta contradictorios exponentes, se le niega el peronismo su condición de idea o pensamiento...
–Yo no estoy seguro de que el peronismo tiene, más allá de su doctrina, una visión original, rigurosa o abarcadora. No creo. Pero qué importa. ¿O alguien se hace peronista porque funcione o no el criterio de falsabilidad en las 20 verdades? No. Hay un sentimiento ahí. Pero también una praxis, una forma de hacer las cosas y unos intereses claramente expresados. ¿O alguien cree por ventura que este avance estupendo de la economía y de los que menos tienen, este formidable cambio que se ha dado de 2002 para acá podría haber cabalgado sobre otra organización política que no fuera el peronismo? ¡No! ¡No podría! Pero no porque “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” o porque “los únicos privilegiados son los niños”, sino porque hay una capacidad de gestión en el peronismo, intrínseca, que pertenece a su propio ser más que a su propio pensar. Un lugar donde el poder te pasa cerca, ahí nomás. Y donde la preocupación por los pobres es central. Porque hay un prototipo de progresista que está muy preocupado por las minorías étnicas, las cuestiones civiles, el respeto por las culturas. Pero de los pobres no habla nunca. Y el peronismo está cada minuto que pasa con esa preocupación: cómo la pasa un pobre y qué podemos hacer para que la pase mejor.
Por Juan Manuel Strassburger.
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