lunes, 30 de mayo de 2011

La democracia es votar, pero también es mucho más que eso.

Allí donde una familia humilde accede a su derecho a vivir en una casa digna, el nombre de cualquiera de los 30 mil desaparecidos vuelve a ser pronunciado entre el ensordecedor ruido de los martillos o el impresionante sonar de los taladros.

El ataque de Clarín, La Nación y Perfil enlodando el trabajo del programa Sueños Compartidos es un intento de parricidio mediático cuyo fin es asesinar simbólicamente a las Madres y a la vida democrática que de ellas surgió.

Las Madres son el significante que hace aparecer al término democracia como un desafío a la perpetuación de los poderes dominantes de las élites que llevaron a la Argentina a sus períodos de mayor oscuridad.

En un mundo donde la comunicación y la construcción de significados son el campo donde se dirimen las luchas de poder, ya no es necesario hacer desaparecer físicamente a las Madres como hicieron con sus hijos sino que alcanza con montar una artillería simbólica que las desplace del escenario social y del imaginario colectivo.

Con independencia de cualquiera de las hipótesis acerca del manejo que un administrador de la Fundación Madres de Plaza de Mayo pudiera haber hecho, no es ese el verdadero motivo de los titulares que engalanaron a los diarios (cada vez menos) hegemónicos.

No les importan ni las supuestas mansiones, ni los yates; ni siquiera les importa resaltar que la supervisión de los fondos para construir viviendas es un atributo de los gobiernos provinciales y no del Estado Nacional.
Sólo pretenden hendir el cuchillo asesino en el corazón de las Madres que con su lucha reivindican cada día la democracia argentina. Son lisa y llanamente parricidas mediáticos.



Por Sergio B. Szpolski.

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