sábado, 26 de noviembre de 2016

¿Cómo le digo a mis hijas que Fidel ha muerto?, por Leticia Martínez Hernández

La noche no pudo ser peor.

El timbre del teléfono en plena madrugada anunciaba la hecatombe: Fidel ha muerto, dijo alguien desde el otro lado y fue como un eco que se adueñó de la casa.

Me puse las manos en el pecho y, como una película que pasa a toda velocidad, regresé a tantas imágenes que me hicieron amarlo.

Volví a ver a mi abuela Rosa enseñándonos a abrazar como lo hacia él, dando palmaditas en la espalda.

El Comandante se ha ido, en silencio, sin algarabía, sin esa letanía del enfermo que se va de a poco, sufriendo él, haciendo sufrir a los demás.

Hasta ayer estuvo recibiendo encumbradas visitas y cada vez que lo veía así, sonriendo, lo imaginaba eterno.

Pero la vida es dura y el deseo de que muriera muchos años después de mí nunca se cumplió.

Me duele, me duele inmensamente, es como un vacío, un desasosiego, como un “no saber qué hacer” después de él.

Ya sé que debo ser fuerte, me sé de memoria un montón de frases para el consuelo, sé que estará entre nosotros siempre.

Pero en este amanecer mustio déjenme llorarlo, quiero sentir esta pérdida en lo más hondo de mí, quiero sufrirla, quiero pasar por mi pecho toda esta carga.

Quiero pensar dónde estaríamos todos nosotros si Fidel no hubiera hecho esta Revolución; quiero recordarlo hermoso, alto, fuerte, viril, con esa barba hirsuta; quiero verlo mil veces paleando arena en la construcción, cortando cañas con el torso al descubierto, o sentado en aquel comedor modesto comiendo en una bandeja a la par de otros; quiero sentir esa voz que como ninguna me estremeció; quiero verlo bajo la lluvia, con su bandera de papel mojada…

¿Qué será de todos nosotros ahora? ¿Cómo se le dice adiós a este hombre? ¿Cómo les digo a mis hijas que ha muerto? ¿Cómo les explico que abuelito Fidel se ha ido?

Lacera pensar que las dos vivirán en un mundo sin él, un mundo que a partir de este noviembre será otro porque le falta uno de sus hombres más grandes.

Por eso estaremos las tres en la Plaza de la Revolución, cuando Cuba entera se reúna a llorarlo, quizás el dolor en compañía sea más soportable.

Allí estaremos porque me enseñaron a amar a Fidel desde que puse un pie en esta tierra y mis hijas lo amarán con igual intensidad.

Es mi promesa en este duro amanecer.

Por Leticia Martínez Hernández


Esta nota fue publicada originalmente en Cuba Ahora

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