La relación entre el Gobierno de Macri y el Papa Francisco es pésima. Así lo evalúan varios analistas que observan que la crisis avanzó hasta extremos sin retorno en ese vínculo siempre sensible para la dirigencia argentina.
La próxima visita de Hebe de Bonafini al Vaticano para un encuentro con el Papa, ha potenciado la escalada de violencia dialéctica de parte del gobierno de Macri hacia el Sumo Pontífice y su posición -si es que la tiene- en el tablero político de nuestro país.
El Gobierno, que hasta ahora había optado por disimular las diferencias y la frialdad, dio ayer un paso llamativo. El jefe de Gabinete, quizá el hombre más influyente del equipo del Presidente, escribió una carta en Facebook en la que dice “entender” a quienes se sientan ofendidos o indignados por el hecho de que el Papa vaya a recibir a Bonafini.
En la carta titulada “El Papa y Hebe”, Peña aseguró que “hay mucha gente que se sintió ofendida o indignada porque el Papa Francisco va a recibir a Hebe de Bonafini”.
“Los entiendo. No la conozco personalmente a Bonafini, pero es difícil encontrar otro argentino que haya sido tan agresiva y ofensiva contra todo aquel que pensara distinto que ella”, afirmó Peña.
El jefe de gabinete aseguró que “la división y la confrontación nos ha enfermado”. Pero va más allá: “También muchos sienten que son demasiados gestos para un lado y pocos para el otro”, asegura el funcionario.
Al mismo tiempo que el Jefe de Gabinete publicaba la carta, Macri recibía en Olivos a la cúpula del Episcopado: monseñor José María Arancedo, monseñor Mario Poli y monseñor Carlos Malfa, presidente, vicepresidente primero y secretario general de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), respectivamente.
La visita de los obispos a Olivos no sólo se produjo mientras se discute públicamente la visita de Bonafini al Vaticano. Otro dato activó alertas y especulaciones: El cura Eduardo de la Serna, coordinador de Opción por los Pobres, un grupo de sacerdotes al que se identifica como cercanos al Papa y a Cristina Kirchner, llegó a decir que “si tiene dignidad, Macri debería renunciar por el escándalo de Panamá Papers”.
No son datos aislados. Apenas resultó electo Presidente, se empezó a hablar de una aparente frialdad del Papa con Macri. No llamó para felicitarlo ni hizo declaraciones públicas sobre el triunfo de Cambiemos.
El Pontífice -a quien el mundo le reconoce un inmenso liderazgo internacional y un rol decisivo en procesos históricos de reconciliación y pacificación- recibió a Macri varios meses después de su asunción y por un pedido del Presidente. En aquel encuentro se notó una frialdad inocultable. Fue una reunión breve, protocolar, sin efusividad ni aparente calidez. Contrastó con encuentros más “generosos” y “especiales” que el Papa había mantenido con Cristina Fernández de Kirchner durante su presidencia.
“Nos hubiera gustado ver una sonrisa del Papa”, confesó un tiempo después, en una entrevista televisiva, la vicepresidenta Gabriela Michetti.
Poco tiempo después hubo otro gesto del Papa: le envió un rosario a Milagro Sala, primera presa política del actual gobierno nacional, privada ilegalmente de su libertad en lo que representa el peor hecho de violencia institucional de los últimos meses en el país.
A todo eso parecería haber aludido Marcos Peña cuando hizo referencia a “demasiados gestos para un lado y pocos para el otro”.
Antes de que hablara un funcionario del Gobierno, fue Elisa Carrió la que hizo punta con cuestionamientos al Papa por su presunto rol en el tablero político argentino. Carrió, fue dura en sus afirmaciones contra el Pontífice. Aunque no es una vocera del oficialismo, su voz resuena desde la órbita de Cambiemos.
En el tembloroso, intranquilo y conmocionado contexto de crisis política que se vive en Argentina, la posición del Papa argentino, o la lectura que se haga de sus gestos o señales, nunca son un dato intrascendente.
Fuente: ElDia
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